Más tarde, en 2000, en ocasión de la llamada Cumbre del Milenio, los jefes de Estado y de gobierno de 176 países buscaron reforzar el mensaje y se comprometieron a reducir a la mitad, para 2015, el porcentaje de las personas que viven en la indigencia (aquéllas cuyos ingresos sean menores a un dólar por día). Así nació, también, el primero de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), es decir, el de erradicar la pobreza extrema y el hambre.
Nos referíamos, al comienzo, a las circunstancias en que se encuentra el mundo en una nueva conmemoración de este día. Según un informe difundido recientemente por un grupo de ONG, el estado de cumplimiento de los ODM es altamente insuficiente y en el caso concreto de la pobreza no sólo no se ha progresado, sino que, con la crisis financiera y económica desatada ahora, puede agravarse en muchos países en desarrollo.
Ahora bien, esta crisis mundial ha servido para desnudar otras realidades contrastantes; por ejemplo, que sería suficiente una inversión anual de 150.000 millones de dólares, casi la mitad de lo que le ha costado al gobierno de los Estados Unidos salvar de la bancarrota a las empresas bancarias y aseguradoras de Wall Street, para cumplir con todos los ODM en 2015.
En el caso de América latina se carece de políticas públicas eficientes para evitar el empobrecimiento de la clase media, grupo social que tradicionalmente ha sido el gran factor de crecimiento y que ahora es cada vez más vulnerable ante las crisis económicas y la precariedad laboral. Por eso, el nuevo contexto que enfrentará el mundo a partir de ahora exigirá de todos los gobiernos, máxima creatividad en las medidas por tomar, con un espíritu solidario y dirigido al crecimiento económico sustentable, y a una equitativa forma de creación y distribución de la riqueza. Hoy, más que nunca, la aldea global debe reaccionar en conjunto y en nombre de todos sus integrantes.
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